El ajedrez moderno tiene 500 años. O sea, no es tan moderno, o mejor dicho las reglas actuales del juego siguen siendo los que se instauraron en Valencia España, cuando se introdujo la ficha de la reina, en honor a la reina Isabel la Católica.
Pero, ¿por qué estoy escribiendo sobre ajedrez? Bueno, resulta que tuve la siguiente conversación con una persona cercana:
_ Ella: estoy aburrida en esta cuarentena. Menos mal se va a acabar pronto. Ya no quiero más juegos de mesa, especialmente el ajedrez que me obligan a jugar con mi abuelo para hacerlo feliz.
_Yo: ¿No te gusta el ajedrez?
_Ella: Es que tiene demasiadas reglas y debo pensar demasiado.
_Yo: ¿Lo que no te gustan son las reglas o pensar demasiado?
Me miró y tuvo una risa nerviosa extraña, porque sabe que soy promotora de las “reglas” de protocolo y etiqueta, y que también promuevo el orden y la disciplina como herramienta para el desarrollo personal. Me disculpé por la pregunta porque pensé que había sido incómoda para ella.
Sin embargo, empezamos una conversación sobre las reglas de comportamiento en los ambientes sociales y corporativos que pareciera hoy en día han perdido valor: ya no se respeta la palabra, los abusos laborales son súper comunes, ya no se tiene en cuenta la autoridad de los adultos mayores, etc.
Es como si hablar de buenos modales fuera casi tan obsoleto como proponer una partida de ajedrez en una fiesta.
Pero llegamos a la conclusión que hoy las personas no es que rechazan las reglas de protocolo y etiqueta social y corporativas, porque la mayoría de las veces ni siquiera las conocen. Lo que sucede es que no les gusta pensar… en los demás.
Siempre he dicho que el protocolo es cuestión de sentido común (asociado al entorno en el que vivimos), pero en realidad es menos común de lo que debería. Los seres humanos, la mayoría de las veces, apelamos al sentido común, es decir, a lo que es prudente, sensato, lógico, válido para procurar una convivencia sana y armoniosa, pero no es la realidad. ¿Por qué? Porque a la gente no le gusta pensar en los demás y más bien asumen esos buenos comportamientos como “reglas” aburridas y acartonadas para “hacer feliz al abuelo”.
¿Qué pasaría si asumiéramos esos códigos de comportamiento como el medio para garantizar el bienestar de todos? En realidad el principio no es solamente “no incomodar ni molestar “ a la otra persona, sino procurar que esa persona se sienta lo mejor posible mientras está conmigo, no sólo por mi, sino por ella. Es un gana-gana que beneficia siempre de manera colectiva a una sociedad cada vez más desgastada en valores.
Pocos saben que el ajedrez antiguo se jugaba en las cortes y reuniones sociales de la Edad Media para conquistar a las mujeres: era tan lento el juego, que cada partida duraba lo suficiente como para que, entre bailes, cenas y licor, los hombres demostraran su inteligencia para desarrollar estrategias de guerra y le daba tiempo para el cortejo paciente. Luego se modernizó con la reina, que trajo un juego más dinámico, pero igual enmarcado dentro de las mismas reglas, salvo algunas modificaciones necesarias para agilizar las partidas. Ese cambio tuvo importantes consecuencias sociológicas que permitió popularizar el juego sin que se perdieran las reglas que, en realidad, son las que en últimas permiten demostrar el poderío, la inteligencia, la consideración y la brillantez de sus jugadores.
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